Consumir (del Latín consumĕre) significa destruir, extinguir, gastar.
Si
cada acto de consumo es un acto de destrucción, que contribuye a agotar
o a extinguir los recursos de este planeta,
¿no deberíamos ser los
consumidores cada vez más y más conscientes del impacto social y
ambiental de cada una de nuestras acciones?
Bajo esta
perspectiva, la pulcritud y asepsia de los mercados internacionales de
materias primas y de las multinacionales que las transforman y
distribuyen, aíslan y exculpan a los consumidores de su grave
responsabilidad bajo el pretexto de la competencia, las modas y los
avances tecnológicos.
El etiquetado de los productos que se
comercializan tiene como finalidad garantizar una información adecuada a
los consumidores, y no por ser adecuada es suficiente. Y por
insuficiente es engañosa, porque informa adecuadamente de la composición
detallada del producto, pero omite aspectos relevantes sobre cómo se
aprovisiona de materias primas, cómo se fabrica y cómo se distribuye, y
bajo qué condiciones.
Porque en un mundo globalizado en el que la
libre circulación de capitales favorece los intereses de mercados y
transnacionales, los consumidores no podemos permanecer ajenos a dicha
globalización y al impacto que tiene en nuestras vidas y las de millones
personas que trabajan en condiciones de trabajo forzoso, sometidas a
discriminación, sin protección social, sin libertad sindical, en
condiciones insalubres y realizando actividades peligrosas sin apenas
medidas de seguridad. Según la OIT, hay al menos
12,3 millones de personas atrapadas en el trabajo forzoso y unos
215 millones de niños que trabajan en el mundo, muchos a tiempo completo.
La
deslocalización de la producción, fruto de la globalización y la libre
circulación de capitales, permite sobre todo a las grandes
multinacionales aumentar sus beneficios a costa de explotar a los
trabajadores y agredir el medio ambiente en países con leyes laborales y
ambientales más laxas que en USA y UE. La falta de control y auditoría
de los códigos de conducta aplicables en los países de destino,
recogidos en los compromisos de responsabilidad corporativa de muchas
multinacionales, favorece la precariedad laboral y el deterioro
medioambiental en un marco de competencia y libre mercado.
La
estrategia de aislar cada elemento de la cadena productiva, desde la
obtención de la materia prima hasta que llega al consumidor final, sólo
beneficia a los mercados y transnacionales, mientras que cada eslabón de
la cadena puede encogerse de hombros ante los abusos cometidos durante
los estadios anteriores de la producción, aduciendo que no son
responsables de ellos, o bien que desconocían que estos se hubiesen
producido. En este punto, el eslabón que está al final de la cadena, el
consumidor, no puede permanecer impasible ante un sin fin de abusos que
se cometen a cada paso durante la producción y distribución de los
bienes y servicios, mientras que los individuos más vulnerables de la
cadena de producción sufren las peores consecuencias de un sistema
orientado a que las grandes multinacionales produzcan a menor coste,
aumentando sus beneficios, y que los consumidores obtengan sus productos
y servicios a un menor precio.
Frente a una producción
deslocalizada, predadora y deshumanizada solo cabe un consumo
desglobalizado, crítico, responsable, consciente, justo, sostenible y
respetuoso con los derechos humanos, basado en principios de igualdad,
equidad y no discriminación.
Trabajadoras de la Confección: Condiciones de vida en Bangladesh - Fotos de Taslima Akhter - Clean Clothes Campaign
Najma Akhter, de 23 años, está deprimida después de que ella tuvo que dejar su trabajo en una fábrica de suéteres para cuidar de su bebé recién nacido. A pesar de que está obligado por ley, la fábrica no aportó una guardería para los niños. Najma comenzó a trabajar en la fábrica de ropa cinco meses después del parto. Pero cuando ella no tuvo la oportunidad de amamantar a su hijo durante más de 5-6 horas, no pudo soportar el dolor por mucho tiempo. Después de un breve periodo de tiempo se decidió a salir de la fábrica. Agosto de 2009, en Dhaka, Bangladesh.
Estos niños pasan tiempo a solas mientras su madre está fuera trabajando en la fábrica de ropa. Ellos tienen que ayudar con las tareas del hogar como cocinar o cuidar de sus hermanos menores. Agosto de 2009, en Dhaka, Bangladesh.
Najma Akhter, de 23 años, y toda su familia - sus hijos, sus padres y sus hermanos- duermen en su casa. En total, 11 miembros de la familia comparten esta único cuarto. Agosto de 2009, en Dhaka, Bangladesh.
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