lunes, 29 de julio de 2013

La paradoja del miedo

(EN)


© Juan Herrero/IRIN


Miedo a desobedecer. Miedo a resistir. Miedo a sufrir. Miedo a conocer. Miedo a amar. Miedo a la soledad. Miedo a lo desconocido. Miedo a ser diferente. Miedo al que es diferente. Miedo a dar. Miedo a recibir. Miedo a fracasar. Miedo a ser.

Un mundo feliz a fuerza de temer. ¿De qué sirven los sentidos si el miedo nos impide amar a los demás? Y aún más, a fuerza de temer, nos tememos a nosotros mismos, sin llegar a conocernos ni a desarrollarnos plenamente.

Las peores tragedias, los conflictos armados, allí donde se percibe la mortalidad como algo cercano, son los momentos en que el ser humano se muestra más solidario, expresando sin miedo todo su ser como reacción espontánea a la fatalidad que le rodea.

Sin embargo, no percibimos, o peor aún omitimos, la amenaza de un sistema depredador con la naturaleza y con nosotros mismos. La amenaza de un sistema que nos pone a su servicio y no al contrario. La amenaza de la autodestrucción por la codicia. Competencia en lugar de solidaridad y cooperación.

En esto tiempos en que la enfermedad y la muerte nos parecen tan ajenos, la solidaridad es la excepción y no la regla. Es la paradoja del miedo: en ausencia de guerras, desastres naturales, accidentes y otras tragedias, el miedo nos bloquea y nos impide ser libres, mientras que ante la certeza y la proximidad de la propia muerte, o de la muerte de otras personas, el miedo libera lo mejor de nosotros mismos.


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