jueves, 29 de diciembre de 2011

Domesticar al mundo



[...]
¿Qué significa “domesticar”?
–Es una cosa demasiado olvidada –dijo el zorro–. Significa “crear lazos”.
–¿Crear lazos?
–Sí –dijo el zorro–. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
–Empiezo a comprender –dijo el principito–. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
[...]
 El Principito - Antoine de Saint-Exupery

Durante este año que acaba, millones de seres humanos que sufren y mueren, víctimas inocentes de un sistema injusto que les excluye, que les desaloja, que les niega sus oportunidades, que les ignora, que les mata de hambre, que les restringe sus libertades, que les recorta derechos fundamentales... 
Todos ellos, son "flores" que me han domesticado.

Ojalá que el próximo año seamos millones los que tomemos la firme determinación de domesticar al mundo y de dejarnos domesticar por él. Y que así nuestras vidas se llenen de sol.

[...]
Pero el zorro volvió a su idea:
–Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol.
[...]
–Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–.
[...]
–Los hombres han olvidado esta verdad –dijo el zorro–. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
–Soy responsable de mi rosa... –repitió el principito, a fin de acordarse.
[...]
 El Principito - Antoine de Saint-Exupery


.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Falsa ilusión de bienestar

"Niños trabajando en una fábrica de alfombras en la ciudad de Quetta, Baluchistán. Actualmente, UNICEF calcula que 150 millones de niños entre cinco y 14 años de edad están realizando trabajo de algún tipo. Aunque el trabajo infantil está disminuyendo a nivel mundial, la crisis económica ha llevado a muchos niños a trabajar mucho antes y en roles más peligrosos."

© UNICEF/NYHQ2006-0352/Giacomo Pirozzi


(EN)


La transformación de una materia prima en un producto elaborado requiere de recursos naturales, económicos, tecnológicos y humanos.
Los recursos naturales, económicos y tecnológicos son propiedad privada en manos de los empresarios, mientras que los recursos humanos sólo son propietarios de la fuerza del trabajo que les reporta un salario y genera plusvalía al capitalista.


El libre mercado y la competencia hacen que los empresarios busquen la manera de producir sus manufacturas, con los medios de producción que poseen y con la fuerza de trabajo que alquilan, al menor coste posible. Para lo cual deslocalizan su producción a países con leyes laborales, medio-ambientales, mercantiles o fiscales menos estrictas que en Europa y EEUU. 


Como corolario de todo esto, la transformación de materias primas en un producto final no solo satisface las necesidades de los consumidores, sino que transforma también los sentimientos y las vidas de todos los que intervienen en la cadena de producción.


En la sociedad consumista en que vivimos, el marketing ha conseguido crearnos necesidades ficticias y asociar la felicidad al consumo. Entonces, ¿cómo se transforma una materia prima en felicidad? ¿Cuál es el precio en sentimientos que debemos pagar por nuestra "felicidad" consumista en el mal llamado primer mundo?


La soledad de un menor traficado, lejos de su familia, que cultiva algodón en Benin. El miedo a ser apaleado por el terrateniente si no cumple con su extenuante trabajo. La frustración por no poder asistir a la escuela. La desesperanza de un ser humano convertido en bestia. El dolor de unos músculos infantiles fatigados por el arduo trabajo.


El cansancio de un operario turco que trabaja doce horas diarias con un compresor que dispara un chorro de arena y agua sobre el denim procedente de India, Pakistán o Bangladesh, teñido por menores expuestos a productos químicos altamente contaminantes. Sílice en los pulmones y plomo en la piel. 


El minero deshumanizado, convertido él mismo en piedra, que extrae la casiterita en las minas al este de la RD del Congo. Agotado, embrutecido por un sistema en el que impera la ley del más fuerte, su vida no vale nada para las milicias que controlan el territorio. Forzado a trabajar a cambio de nada, esclavizado, abatido. Lejos de su hogar, huyendo de algún conflicto olvidado, muere él y su familia cada día de hambre, miseria y cansancio.


Para disfrutar de un vaquero desgastado o del último modelo de teléfono móvil inteligente hay que pagar un precio muy alto en sufrimiento, pues la codicia empresarial no conoce límites, y se ha apropiado de lo único que hasta ahora no le pertenecía, se ha apoderado de la vida y de la fuerza del trabajo de millones de personas que viven en la miseria más absoluta, faltos de oportunidades, y que apenas subsisten con el producto de su esfuerzo.


¿Cuánto tardará el capital en adueñarse también de nuestras vidas a base de recortar derechos fundamentales?


Descubrir que la felicidad no está en lo que posees sino en lo que das a los demás es la clave para restituir la felicidad robada a los millones de personas que, con su sufrimiento, transforman nuestras vidas en una falsa ilusión de bienestar. ¿No es acaso justo resarcirles por tanta miseria a la que les hemos condenado entre todos por nuestro triste afán de poseer cosas materiales?


Un consumo responsable permitirá romper la cadena de la pobreza y contribuirá a un mundo socialmente más justo e igualitario.




.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Honor y sacrificio


(EN)

El honor es un cortina que rodea a cada individuo. Una cortina tejida con los hilos de las normas sociales y morales definidas para cada comunidad.
En algunos casos el tejido es tupido y en otros muy claro. Y la cortina puede estar muy próxima o muy lejana, haciendo que la existencia del individuo se desarrolle en un ambiente opresivo, tiránico, intolerante y angustioso, o bien en un ambiente laxo, distendido y relajado.
Traspasar esa cortina es motivo de deshonor para el individuo. Deshonor que en ocasiones trasciende a los familiares y al resto de miembros de su comunidad.

Pensemos por un momento en la claridad del tejido y la cercanía de la cortina que nos envuelve. ¿No es acaso cierto y universalmente aceptado que la cortina que rodea a la mujer en cualquier sociedad es más tupida y está más cercana que la que rodea al hombre?

Traspasar esa cortina para una mujer es sinónimo de sacrificio.


© Siegfried Modola/IRIN 

Rasgar la cortina y enfrentarse al mundo no ha sido nunca, ni lo será, una batalla fácil para las mujeres. Liberarse de la opresión y la tiranía para conseguir iguales derechos y libertades que el hombre ha sido una lucha histórica no exenta de sacrificios.

Pero toda cortina esconde secretos, sobre todo cuando es el hombre desde el exterior el que rompe y traspasa la tupida tela que rodea a la mujer en algunas sociedades. Cuando la víctima se convierte en culpable, y el transgresor goza de impunidad, es cuando el sacrificio de la mujer alcanza su máxima expresión.

Mujeres violadas  que son repudiadas por sus maridos y obligadas a abandonar sus comunidades. Al trauma físico y psicológico de la violación se une la circunstancia de tener que vivir alejadas de su familia por el deshonor que supone haber sido violadas.  Mujeres abandonadas en una sociedad en la que una  mujer sola tiene pocas o ninguna oportunidad de subsistir, sin derechos, sin medios para ganarse la vida y, en ocasiones, al cuidado del hijo o hija fruto de la violación. 

Mujeres violadas que ocultan en silencio su pesar para evitar el rechazo.

Mujeres violadas obligadas a contraer matrimonio con el violador. Destino fatal que las obliga a convivir con el agresor sexual y a vivir con el estigma social de haber sido violadas.

Mujeres asesinadas para reparar el honor de una familia.

Sociedad de moral perversa que para resarcir el honor perdido requiere un sacrificio cuya víctima es siempre la mujer. Dos veces víctima: de la agresión y del sacrificio.

Un injusto sistema que culpabiliza a la víctima y protege al agresor. Que sólo se da por satisfecho con un sacrificio extremo: la muerte o la condena de por vida.

Seamos cada vez más los hombres transgresores que rasgan desde el interior las cortinas que envuelven a las mujeres para liberarlas de la opresión y de la tiranía de las costumbres.


.