jueves, 10 de noviembre de 2011

¿Por qué lloran las acacias?


La acacia es un árbol resistente y fuerte que vive en condiciones extremas en los terrenos más áridos y secos. Sus ramas están cubiertas de espinas, y cuando florece se llena de racimos de color amarillo intenso. Donde vive la acacia rara vez crecen otras plantas, por lo que las acacias siempre pensaron que las espinas de sus ramas, azotadas por el sol y el viento, eran comunes a todas las plantas. También pensaron que las heridas que el hombre les hacía en su tronco para extraer la savia eran algo natural. El tajo en la rama era doloroso, pero lo sufrían en silencio, porque a todas las acacias el hombre les hace lo mismo cada cierto tiempo. En ocasiones, un mal golpe dado con el hacha desgajaba una rama y el árbol moría. Las demás acacias pensaban que así era el destino y que nada se podía hacer, siempre había sido así.
Las acacias nunca se sintieron diferentes ni se quejaron de su dura existencia hasta el momento en que llegaron las lluvias. Surgieron de la nada, como un milagro, plantas de tallo esbelto, sin una sola espina y con pétalos de colores brillantes; y las acacias lloraron, porque sus cicatrices y sus espinas ya no les parecían naturales. Lloraron al saber que su aspecto es diferente al de las otras plantas, lloraron al descubrir que su sufrimiento sólo servía para la satisfacción del hombre, y sobre todo lloraron al saber que sus espinas han condenado a millones de niñas y mujeres a un destino similar al suyo.

Cada año, tres millones de niñas y mujeres sufren algún tipo de Mutilación Genital Femenina (MGF).


La forma de MGF más severa es la infibulación, que consiste en la extirpación total o parcial del clítoris y de los labios menores, y la ablación de los labios mayores, que una vez cortados son perforados con espinas de acacia y cosidos para que al cicatrizar sellen la vagina, dejando un pequeño orificio para permitir el paso de la orina y del flujo menstrual. Tras la mutilación, la niña debe permanecer con sus piernas atadas hasta las rodillas hasta que cicatriza la herida. La edad a la que se suele practicar la MGF está entre los cuatro y los catorce años, si bien, la operación de coser la vagina se puede repetir después de cada parto.
El primer acto sexual de una mujer infibulada requiere generalmente una incisión previa que debe hacer el marido, que se asegura así de la virginidad de su esposa. También durante el parto es necesario un corte para permitir la salida del bebé. De no ser así hay peligros de desgarros o incluso de muerte para la madre y el bebé.

La falta de asepsia durante la práctica de la MGF favorece la aparición de infecciones, que en el peor de los casos pueden acabar con la vida de la niña. También las fuertes hemorragias durante la intervención pueden provocarles la muerte. Las mujeres que han sufrido la MGF se enfrentan a secuelas físicas y psicológicas durante el resto de sus vidas, y cada parto es un riego para ellas y para sus bebés.

Nadie debería morir por cumplir con una tradición. Nadie debería padecer por una costumbre. El honor de un hombre o de una familia, no debería depender del sufrimiento de sus hijas y esposas.

Es cierto que las acacias seguirán llorando y sólo algunas se atreverán a desafiar al hombre, no quieren más heridas ni más cicatrices. Pero ahora sé que las acacias no estarán solas en el desierto, y que de alguna manera, quienes sabemos de su dolor, haremos todo lo posible para que sus espinas les sirvan para defenderse de quienes las agreden, y no para herir a mujeres y niñas, fuertes y resilentes como las propias acacias.


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