viernes, 29 de abril de 2011

Las leyes de la empatía

(EN)

El ocho de enero de 2011, la congresista demócrata por Arizona Gabrielle Giffords fue tiroteada en un acto público en Tucson. En ese atentado, fallecía de un disparo Christina Green, una niña de nueve años cuya muerte estremeció a la sociedad de EEUU.

Días después, en un homenaje a las víctimas, el presidente Obama leyó un discurso conmovedor del que extraigo algunos párrafos en recuerdo de las víctimas.

“Reconocemos nuestra propia mortalidad y recordamos que en el corto transcurso de nuestra vida, lo que importa no es la riqueza, el estatus, el poder ni la fama, sino más bien cuánto hemos amado - -- y el granito de arena que pusimos para mejorar la vida de otros.

Y ese proceso -- ese proceso de reflexión, para asegurarnos de que nuestros actos vayan a la par de nuestros valores... creo que eso es lo que requiere una tragedia como esta.

Porque quienes resultaron heridos y quienes murieron son parte de nuestra familia, la gran familia de 300 millones de estadounidenses.

Tal vez no los conocíamos personalmente, pero con toda certeza nos vemos reflejados en ellos: en George y Dot, en Dorwan y Mavy, sentimos el amor absoluto que tenemos por nuestro esposo, esposa o nuestra pareja de toda la vida. Phyllis es... es nuestra madre o abuela; Gabe es nuestro hermano o hijo. En el juez Roll reconocemos no solo al hombre que valoraba a su familia y hacía bien su trabajo, sino al hombre que encarnaba la lealtad estadounidense por la ley.

Y en Gabby - en Gabby - vemos el reflejo de nuestro espíritu cívico, ese deseo de participar en el proceso muchas veces frustrante, muchas veces contencioso pero siempre necesario e interminable para forjar un país mejor.

Y en Christina...en Christina vemos a todos nuestros hijos, tan llenos de curiosidad, confianza, energía y encanto, tan merecedores de nuestro amor.
Y tan merecedores de nuestro buen ejemplo.

La empatía se define como la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir, o en otras palabras, la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.

Si tuviese que describir las leyes que determinan el grado de empatía, diría que son dos fundamentalmente:

  1. El grado de empatía de un individuo hacia otro es inversamente proporcional a la distancia geográfica que les separa. Cuanto más lejos el uno del otro, menos capacidad de empatía.
  2. El grado de empatía de un individuo hacia otro es directamente proporcional a la existencia de un contexto común. Cuantas más experiencias compartidas existen entre ambos, más capacidad de empatía.
En este vídeo de MSF de abril de 2011, se recoge el testimonio de una víctima de la violencia en Cote d’Ivoire que cuenta como los soldados entraron disparando en su casa, y como asesinaron a una niña de 5 años de varios disparos en la nuca.



De esta niña no sabemos su nombre ni tenemos su foto, pero sin conocerla, también veo en ella a todos nuestros hijos e hijas. No puedo imaginar cómo sería su vida, pero estoy convencido de que tenía unos padres y hermanos que la querían y que disfrutaban de sus risas y sus juegos, y que la consolaban cuando lloraba. Su ausencia es un negro abismo en sus corazones y en el mío.

Todas las víctimas de la violencia en Cote d’Ivoire son parte de nuestra familia. Da igual si compartimos con ellos un contexto común o no, o si son nuestros vecinos o viven a miles de kilómetros.

La niña asesinada vilmente en Cote de I’voire no ha tenido ningún homenaje póstumo, ningún presidente de ninguna nación la ha recordado en su discurso.

No las olvidemos. Ni a ella, ni a Christina, ni a los miles de niños y niñas que mueren en algún conflicto, porque olvidar a las víctimas inocentes es como morir poco a poco con ellas.

Que de verdad nuestros actos vayan a la par de nuestros valores.


TOMA PARTIDO:

Haz click en este enlace y envía el post a la Misión Permanente de Francia ante las Naciones Unidas (france@franceonu.org). Tenemos la responsabilidad de proteger al pueblo de Cote d’Ivoire.


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lunes, 25 de abril de 2011

¿Puedes oír su llanto?

(EN)

El llanto en los niños es una respuesta al dolor, al temor, a la tristeza, a la frustración, a la confusión, a la ira, a la incapacidad para expresar sus sentimientos de una manera adecuada. En los bebés se convierte en una forma poderosa y eficaz de conseguir la atención de sus padres. El llanto de nuestros hijos nos despierta en la noche y acudimos rápidamente a consolarles, a calmar su dolor o su miedo. El miedo a monstruos imaginarios que les despiertan en medio de la oscuridad, con el corazón acelerado, buscando desesperadamente unas palabras tranquilizadoras al oído, un abrazo que les dé seguridad y les devuelva el sueño perdido.

En el mundo global en que vivimos, vemos a menudo que una determinada acción en algún lugar remoto del planeta tiene su reacción a miles de kilómetros, como si la Ley de Acción y Reacción gobernase nuestros destinos, y se acelerase el efecto de las fuerzas opuestas que se propagan por el espacio de los medios de comunicación. Esa es la explicación que recibimos cuando un pastor protestante de Gainesville (FL) quema un ejemplar del Corán y provoca la muerte de 12 personas en Afganistán durante las protestas contra este acto. Así también nos explican como unas operaciones crediticias de alto riesgo en el mercado hipotecario en EEUU provocan una crisis económica a escala mundial. La misma explicación sobre como unos devastadores incendios en Rusia han provocado una escalada de los precios de los alimentos básicos que condenarán a la hambruna a millones de personas en otros continentes. De la misma manera, ante catástrofes naturales en cualquier punto del planeta, casi de forma inmediata se organiza la ayuda humanitaria internacional.

Efectos que perduran y efectos que caducan. Reacción inmediata y reacción retardada. Leyes físicas que no explican por qué el ser humano no se adentra en la oscuridad que representa la crisis de valores de este mundo global y se entrega sin más rodeos a consolar a los millones de niños que sufren en silencio, que se enfrentan a diario a monstruos reales como el hambre, los abusos, las violaciones, la falta de oportunidades, la soledad, la explotación laboral, la violencia de las calles, el VIH, la explotación sexual o el desarraigo.

¿No son acaso nuestros hijos? ¿La globalidad y sus consecuencias sólo les afectan en lo negativo? ¿Puedes oír el llanto de las niñas violadas en Haití o en Congo o en Darfur? ¿Puedes oír el llanto de las niñas vendidas y prostituidas? ¿Puedes oír el llanto de los niños soldado? ¿Puedes oír el llanto de los huérfanos del VIH? ¿Puedes oír el llanto de los niños de la calle? ¿Puedes oír el llanto de los niños que trabajan en condiciones de esclavitud? ¿Puedes oír el llanto de los niños y niñas que no pueden ir a la escuela? ¿Puedes oír el llanto de millones de niños y niñas que hoy se irán a dormir con su estómago vacío?

¿No son acaso nuestros hijos?

Ojalá despertemos en esta noche oscura que vivimos para dar consuelo a los millones de niños y niñas que lloran, para aliviar su sufrimiento y devolverles sus sueños perdidos.




domingo, 17 de abril de 2011

Sistemas pervertidos

© Nancy Palus/IRIN

(EN)

Cuando Alan Greenspan declaró en Octubre de 2008 que estuvo parcialmente equivocado cuando apostó por la desregulación, y que estaba atónito al ver como el interés de las instituciones prestamistas no había sido proteger el patrimonio del accionista, reconocía que los mercados y sus leyes carecen de toda moral y principios éticos capaces de tener en cuenta las consecuencias de sus acciones en los trabajadores y consumidores a partir de los cuales obtienen su riqueza. La falta de regulación propició una crisis que, lejos de ser una oportunidad de cambio para deshacer los desmanes de los que la provocaron, ha servido, si cabe más aún, para dar más poder a los mercados y para aumentar la brecha de la desigualdad en el reparto de la riqueza.

Es evidente, y así lo demuestra la historia, que no hay sistema perfecto. Sólo hay sistemas que han demostrado su mejor tolerancia al paso del tiempo, y que sirven de modelo para las sociedades que no los tienen. Sistemas todos imperfectos, que incluso en su imperfección, el peor de de sus pecados es precisamente la tendencia a pervertirse con el paso del tiempo. Algo así le ocurre a dos sistemas que sobreviven desde hace mucho tiempo y que su perversión consiste precisamente en la confabulación y connivencia entre ambos. Me refiere a la democracia y a la economía de mercado.

Votamos a nuestros representantes para que ejecuten la voluntad del pueblo, pero son los consejos de administración de las grandes empresas los que expresan su voluntad y dirigen las políticas económicas de nuestros gobiernos. Nuestros representantes son elegidos democráticamente, mientras que sobre los consejos de administración de las multinacionales no tenemos ninguna capacidad de decisión acerca de su composición. Las potencias mundiales, en su avidez por el control de los recursos naturales, manejan a su antojo las incipientes y corruptas democracias en los países menos desarrollados proveedores de dichos recursos, o bien mantienen gobiernos dictatoriales que utilizan como títeres en su favor. Todo ello con la doble moral que les permite ser los paladines de los Derechos Humanos mientras toleran las violaciones de los mismos en aquellos países que les proporcionan los recursos que tanto necesitan. Con la excusa de la democracia, las potencias mundiales se lanzan a la conquista de las materias primas en un afán proteccionista de sus conglomerados empresariales, a la vez que impiden cualquier intento proteccionista de otros gobiernos. Los intereses de la gran banca también están a salvo, pues sus operaciones crediticias de alto riesgo, sus manejos especulativos en los mercados alimentarios, y la deuda pública de los gobiernos que elegimos democráticamente, la estamos pagando entre todos. Y esto, definitivamente, tiene un efecto casi inmediato sobre los más vulnerables del planeta, que se verán empujados aún más hacia los límites de la pobreza, esa frontera que una vez traspasada exige como peaje la renuncia a cualquier oportunidad de volver a cruzarla en el otro sentido. Y quién la cruza lo hace porque el bienestar de unos pocos desplaza a millones, llevándolos a ese terreno de la miseria y el olvido.

La voluntad del pueblo no es someter a otros pueblos, expoliar sus recursos, dividir naciones, fomentar conflictos, corromper gobiernos, violar Derechos Humanos, empobrecer a los más pobres, condenar al hambre a millones de niños y niñas, ni sacarlos de las escuelas para trabajar. Si la riqueza de unos pocos depende de ello, no es esa la voluntad que el pueblo ha expresado a sus gobernantes, y como no puedo creer que nuestros gobernantes no hayan entendido el mandato que les hicimos, sólo me queda pensar en la connivencia y la confabulación entre gobiernos y mercados como sistema pervertido para mantener el statu quo de unos pocos a costa de millones.

Si mi bienestar es parte del engranaje perverso de este sistema, no dudaré un sólo momento en utilizar los medios de los que disponga para luchar para que la voluntad inequívoca de un mundo más igualitario sea la que ejecuten nuestros representantes legítimos elegidos democráticamente.




martes, 12 de abril de 2011

Vivir sin etiquetas

(EN)

Un hombre sostiene a su niño que ha sido herido por una explosión en los recientes combates, en un Outreach Therapeutic Centre Programmes (OTP) en el borde de la base militar de mantenimiento de la paz de la Unión Africana (UA) el 3 de abril de 2010 en Mogadiscio
© Siegfried Modola / IRIN



Se puede definir la inteligencia como una capacidad mental muy general que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia. No es un mero aprendizaje de los libros, ni una habilidad estrictamente académica, ni un talento para superar pruebas. Más bien, el concepto se refiere a la capacidad de comprender nuestro entorno.

Esa capacidad le permite al ser humano clasificar, ordenar y etiquetar sus pensamientos, sus recuerdos, sus conocimientos, sus percepciones... en definitiva, su vida.
Ponemos etiquetas a todo; a nuestra existencia y al mundo que nos rodea. Clasificamos nuestras fotografías, hacemos listas de amigos, etiquetamos nuestros recuerdos, compartimos nuestras vidas con los que consideramos semejantes.
La paradoja de un mundo diverso cada vez más global e interconectado es que nos sentimos más seguros perteneciendo a nuestra pequeña tribu, todos con las mismas etiquetas, y tenemos miedo de las otras tribus a las que diferenciamos porque sus etiquetas son distintas a las nuestras.

El sentido de pertenencia es una necesidad inherente al ser humano en la medida que somos seres sociales. El problema surge cuando la defensa de la identidad del grupo se convierte en violencia hacia otros grupos que se consideran rivales. El mundo actual se polariza cada vez más hacia la confrontación entre las diferentes identidades. Díria incluso que hay interés de las potencias mundiales, en su afán de controlar los escasos recursos naturales, en que se produzcan estos conflictos identitarios dentro de las fronteras de países menos desarrollados, en la medida que dichos conflictos retrasan irremediablemente el progreso de dichos países, los cuales, a su vez, son fuentes de los recursos que tanto necesitan los países ricos.

Si por un momento la humanidad fuese capaz de olvidar las etiquetas, encontraría que tenemos muchas más cosas en común con nuestros semejantes que aquellas que nos separan. Ese ha sido, es y será siempre el problema de las etiquetas, que en su generalidad no nos dejan concentrarnos en lo esencial. Y lo esencial es algo tan general que casi siempre pasa desapercibido.

Todos somos iguales.

Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.




sábado, 9 de abril de 2011

Superando barreras pacíficamente

(EN)

El mundo en que vivimos se basa en relaciones de poder.

A lo largo de la historia, aquellos que tienen el poder han discriminado a los que son diferentes y los han sometido en su propio beneficio.

Para permitir y justificar esas infames acciones siempre ha habido medios de comunicación dispuestos a silenciar lo injustificable, o a hacer propaganda que justifique lo inadmisible. Siempre ha habido gobiernos con el relativismo moral suficiente para permitir abusos o no según convenga a los intereses de los poderosos que les mantienen en el poder. Legisladores y jueces que redactan e interpretan las leyes con la laxitud necesaria para que la discriminación se mantenga; y en ausencia de las mismas, para que la violencia contra los sometidos quede impune.

Con la misma violencia que han actuado los opresores, han respondido los oprimidos. Y en una espiral imparable a lo largo del tiempo, el rencor del que fue oprimido, se ha convertido en violencia contra los que ahora él somete.

Pocas excepciones hay a esta regla, diría que Universal, sobre la espiral de la violencia. Quizá la excepción más destacable es precisamente la relacionada con la discriminación más extendida y más violenta que conoce la humanidad desde hace siglos. Me refiero, sin duda, a la discriminación por razón de género.

Vivimos en un mundo donde la mitad de su población discrimina a la otra mitad por ser mujer. Un mundo en que las tres cuartas partes de las mujeres y las niñas experimentan la violencia física o sexual a lo largo de su vida.

Sin embargo, los logros de las mujeres en materia de igualdad de oportunidades, derechos y libertades los han conseguido de manera pacífica a lo largo de muchos años de lucha.

Y durante esos años de lucha, han tenido que superar todas las barreras que les ponían en su camino los medios de comunicación, los gobiernos, los legisladores, los jueces y la sociedad en general.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, hemos oído argumentos tan detestables como que la mujer o la niña no opuso suficiente resistencia, o que su aspecto era provocativo, o que no había signos evidentes de violencia física y por tanto se supone que hubo consentimiento... repugnantes justificaciones de lo inadmisible.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, hay gobiernos que no ponen toda la intensidad necesaria en la prevención del delito, en el castigo a los violadores y en la atención a las víctimas. La violación es un arma de guerra.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, durante la denuncia y el juicio, las víctimas reviven el horror del recuerdo y se las criminaliza por haber sido violadas.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, la sociedad estigmatiza a la mujer, que debe afrontar el trauma en soledad.

Según la ONU, más de 200.000 mujeres han sido violadas desde 1996 in RD Congo. La mujer congolesa lucha pacíficamente para romper el silencio y la impunidad en torno a la violencia sexual.

La lucha por los Derechos de la Mujer es una lucha de todos, y una señal inequívoca del progreso de una sociedad.

Empoderar a las mujeres es la garantía de un futuro en paz.



sábado, 2 de abril de 2011

Huyendo de la violencia. Imágenes de un conflicto.

(EN)
No veo mujeres empuñando armas en Abidján. Sólo hombres.
No veo mujeres al lado de los candidatos presidenciales negociando una salida pacífica, ya imposible, al conflicto post-electoral en Cote d’Ivoire. Sólo hombres.
No veo mujeres violando, saqueando, rapiñando, asesinando a la población civil en Abidján, Duekué,
o Daloa... Sólo hombres.


Veo mujeres que se manifiestan pacíficamente a favor de un candidato presidencial.

AlJazeeraEnglish

Veo muj
eres caminando por el bosque durante semanas con sus hijos e hijas a cuestas.

Marzo 2011 © Gaël Turine / VU
Veo mujeres que siguen trabajando a diario para alimentar a su familia.



Marzo 2011 © Gaël Turine / VU



Veo niños y niñas que
recogen leña y la cargan sobre sus frágiles cuerpos.

Marzo 2011 © Gaël Turine / VU




Marzo 2011 © Gaël Turine / VU
Veo mujeres con sus familias que se hacinan en tiendas de campaña en los campos de refugiados.


Veo mujeres que cuidan de sus hijos e hijas enfermas.

Veo niños y niñas que han abandonado la escuela.


Marzo 2011 © Gaël Turine / VU








Según los me
dios de comunicación, más de un millón de personas se han desplazado desde Cote d’Ivoire a los países vecinos huyendo de la violencia. De los cuales se estima que la mitad son menores de edad.

¡Huyendo de la violencia!

Un eufemismo de la pr
ensa occidental para no describir una situación que duele incluso sin vivirla en persona.

Sería más propio decir que huyen de una muerte segura hacia una muerte menos probable, pero más dolorosa, lenta y agónica que es la muerte de la esperanza.

La esperanza d
e reunirse con sus familiares.
La esperanza de volver a sus hogares.

La esperanza de que sus hijos e hijas tengan un futuro mejor a través de la educación.
La esperanza de poder manifestar libremente sus opiniones.
La esperanza de tener una vida saludable.
La esperanza de tener un trabajo digno.

La esperanza de vivir en paz.


¡Huyendo de la violencia!


¿No es acaso violencia
manifestarse pacíficamente y morir defendiendo sus ideales?
¿No es acaso violencia vivir durante semanas en un bosque expuestos a que en un control de los milicianos violen a mujeres y niñas?

¿No es acaso violencia dormir al aire libre en el bosque sin mosquiteras y que sus hijos e hijas se contagien de la malaria u otras enfermedades?

¿No es acaso violencia que sus hijos o hijas mueran porque no tienen acceso a servicios sanitarios?

¿No es acaso violencia vivir en un campamento de refugiados y dejar sus hogares atrás?

¿No es acaso violencia que unos hermanos o hermanas vivan solos porque no encuentran a sus padres?

¿No es acaso violencia que los niños no puedan acudir a la escuela?
¿No es acaso violencia exponer a sus hijos e hijas a que sean violados cuando se alejan del campamento para buscar leña?

¿No es acaso la peor violencia vivir sin esperanza?


TOMA PARTIDO:
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