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El brutal bloqueo al que están sometidos los habitantes de Gaza por el estado de Israel les conduce a abastecerse a través de los productos de contrabando que entran por los túneles que conectan la franja de Gaza con su vecino Egipto.
No deja de ser llamativo que los propios hermanos musulmanes al otro lado de la frontera comercien con la miseria de los gazíes.
El hecho de estar encerrados en un gueto, con una economía de subsistencia, y condenados a vivir de la ayuda internacional, conduce al pueblo palestino a una vida privada de libertad y de dignidad.
En ese entorno crecen los niños y niñas de Gaza, que durante generaciones sólo recuerdan la violencia del ejército israelí y de las milicias de Hamas, que han sido bombardeados, quemados y ultrajados, y que han sufrido la muerte de familiares sólo por el hecho de haber nacido en una franja de tierra ocupada.
Ese entorno de violencia es el caldo de cultivo para el integrismo religioso, lo que unido a la falta de medios y funcionarios que puedan educar a esos niños y niñas, alimenta el fanatismo religioso.
Es la paradoja del estado de Israel: bloquean la franja de Gaza para defenderse del terrorismo, pero con ese bloqueo no hacen más que añadir más leña al fuego del problema Palestino.
Mientras continúa la expansión de los asentamientos judíos, la comunidad internacional parece mirar a otro lado o pasar de puntillas para no molestar a un incómodo compañero como Israel. Los países árabes miran a Irán con temor, e Irán, mientras haya un problema en Palestina, seguirá teniendo un enemigo declarado al que amenazar.
"Una comunidad se desintegra en cuanto consiente en abandonar al más débil de sus miembros."
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