lunes, 31 de octubre de 2011

Infancia postergada


Dibujos realizados por niños y niñas reclutados en Sierra Leona

No pueden borrar el pasado, y su recuerdo les atormenta día y noche, como una pesadilla sin fin de la que es imposible despertar.
Están encerrados en un presente sin posibilidad de mirar al futuro, porque sus recuerdos del pasado son el lastre que les impide seguir adelante.
Recuerdos terribles de muertes, violaciones y mutilaciones. De una vida deshumanizada, llena de odio y de miedo.
El recuerdo vago de un tiempo feliz causa incluso más daño todavía, porque les fue violentamente arrebatado.

Una infancia de juegos, amistades, familia y vecindad que se rompió el día que llegaron los militares. Asesinaron a hombres y mujeres, también a los niños y niñas más pequeños. De repente, sólo las llamas. A los más jóvenes se los llevaron con ellos, o bien huyeron y se alistaron en algún grupo armado buscando seguridad y refugio. Niños y niñas que han visto como sus padres y hermanos eran asesinados, y sus hogares pasto de las llamas.

Niños forzados a matar a un amigo a cambio de sus propias vidas para demostrar fidelidad y valor. Niñas utilizadas como esclavas sexuales, violadas una y otra vez, embarazadas y obligadas a abortar. Menores golpeados, torturados, violados, embrutecidos, asustados... y así una larga lista de abusos.

Miedo, odio y desarraigo son las claves para convertir a un menor en soldado. Se calcula que hay más de 300.000 en todo el mundo.

Los programas de desarme, desmovilización y reintegración les convierten nuevamente en civiles cuando consiguen abandonar el ejército, ya sea regular o irregular. Pero no es fácil regresar a la vida civil cuando han pasado tanto tiempo como soldados en conflictos armados. Huérfanos, sin hogar, sin raíces, con la vergüenza por las atrocidades cometidas y el miedo a no ser aceptados nuevamente por sus comunidades. Esto, junto con los fuertes lazos creados con la vida militar, hace muy difícil su reinserción, pero no imposible. Muchos de estos menores vuelven a estudiar y a aprender un oficio. Con suerte, serán perdonados y aceptados por sus comunidades. Otros volverán a enrolarse, incapaces de olvidar su pasado y de encontrar su futuro.

Cualquier proceso de paz requiere mirar al futuro, recordar a las víctimas inocentes, perdonar y arrepentirse.

A medida que envejecemos sólo nos quedan nuestros recuerdos. Si robar una vida es la muerte, robar los recuerdos es como morir en vida. Resulta descorazonador pensar que los menores soldados han muerto en vida dos veces. La primera cuando les arrebataron a sus familias, la segunda cuando les obligaron a matar o morir en alguna guerra olvidada. Ambos recuerdos son tan desgarradores que prefieren no pensar demasiado en ellos. Recuerdos robados, infancia postergada. 

©UNICEF/Olivier Asselin
"Recuerdo el día en que decidí unirme a los mayi-mayi. Fue después de un ataque a mi aldea, mis padres, y también mi abuelo murieron y yo estaba corriendo. Estaba tan asustado. Los perdí a todos; no tenía a donde ir y nada que comer. En los mayi-mayi pensé que estaría protegido, pero fue duro. Veía morir a otros delante de mí. Muy a menudo pasaba hambre, y estaba asustado. A veces me azotaban, algunas veces muy fuerte. Solían decir que me convertiría en un mejor guerrero. Un día, golpearon a mi amigo [de 11 años] hasta la muerte porque no había matado al enemigo. Además, otra cosa que no me gustaba era escuchar a las niñas, nuestros amigas, llorando porque los soldados las violaban". 

Jacques, de la República Democrática del Congo, fue reclutado por un grupo insurgente (mayi-mayi) cuando tenía 10 años de edad.



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