domingo, 22 de diciembre de 2013

Un Dios mediocre


La inteligencia es una capacidad mental que nos permite comprender nuestro entorno. Etiquetamos nuestras percepciones con diferentes atributos, y mediante ese proceso construimos en nuestro pensamiento el mundo que nos rodea. En dicho proceso de etiquetado se le atribuyen diferentes cualidades a aquello que percibimos a través de nuestros sentidos. Y en la medida que evitamos juicios personales, nos referimos al objeto en su esencia.

Una consecuencia de la sociedad patriarcal y capitalista en que vivimos es que esa objetividad que filtra nuestro entendimiento, cosifica aquello que queremos dominar, lo vuelve objeto. Así ocurre hoy en día con la tierra, el agua, el aire y el conocimiento: bienes comunes, libres y gratuitos que se cosifican y se convierten en mercancías en manos de las élites depredadoras y especuladoras, para las que no hay más juicio personal que su codicia infinita.

Así, para ese proceso de cosificación que convierte en mercancía inanimada todo aquello que toca, la vida en sí misma no es más que un obstáculo para sus propósitos. La vida deja de ser un atributo más y pasa a ser una barrera a superar. Es por ello que los pueblos indígenas pierden sus medios de vida y son expulsados de sus tierras, que los cultivos autóctonos para la alimentación desaparecen en favor de cultivos foráneos para la exportación y producción de agrocombustibles, y que los bosques, selvas y sabanas son barreras arquitectónicas naturales que dificultan el avance del extractivismo.



 

El ser humano, imbuido de esta mentalidad propia del sistema capitalista, se ha convertido en un Dios mediocre para sí mismo: capaz de recrear la Naturaleza, pero sin atender a ningún valor humano universal. Nuestras acciones e inacciones definen nuestra moral y nuestra existencia, y ante el avance de la autodestrucción y la muerte sólo nos queda la rebeldía y la pasión.

“La meta no es dominar la naturaleza sino las fuerzas sociales irracionales y las instituciones que amenazan la supervivencia de la especie humana”
Erich Fromm.

Si en nuestras categorías mentales no somos capaces de etiquetar la vida con aquellos atributos que la diferencian de lo inerte, y sólo apreciamos su valor mercantil, el proceso de cosificación habrá ganado la partida. Objetivamente, la muerte se habrá impuesto a la vida.

En estas circunstancias, el atributo que mejor puede definir a la vida es su rebeldía. La rebeldía de hombres y mujeres que aman la vida y que se resisten a un modelo agroalimentario industrial y globalizado. Que se resisten a la privatización de los bienes comunes. Que se resisten, en definitiva, a la mercantilización de la vida misma.


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario