domingo, 17 de abril de 2011

Sistemas pervertidos

© Nancy Palus/IRIN

(EN)

Cuando Alan Greenspan declaró en Octubre de 2008 que estuvo parcialmente equivocado cuando apostó por la desregulación, y que estaba atónito al ver como el interés de las instituciones prestamistas no había sido proteger el patrimonio del accionista, reconocía que los mercados y sus leyes carecen de toda moral y principios éticos capaces de tener en cuenta las consecuencias de sus acciones en los trabajadores y consumidores a partir de los cuales obtienen su riqueza. La falta de regulación propició una crisis que, lejos de ser una oportunidad de cambio para deshacer los desmanes de los que la provocaron, ha servido, si cabe más aún, para dar más poder a los mercados y para aumentar la brecha de la desigualdad en el reparto de la riqueza.

Es evidente, y así lo demuestra la historia, que no hay sistema perfecto. Sólo hay sistemas que han demostrado su mejor tolerancia al paso del tiempo, y que sirven de modelo para las sociedades que no los tienen. Sistemas todos imperfectos, que incluso en su imperfección, el peor de de sus pecados es precisamente la tendencia a pervertirse con el paso del tiempo. Algo así le ocurre a dos sistemas que sobreviven desde hace mucho tiempo y que su perversión consiste precisamente en la confabulación y connivencia entre ambos. Me refiere a la democracia y a la economía de mercado.

Votamos a nuestros representantes para que ejecuten la voluntad del pueblo, pero son los consejos de administración de las grandes empresas los que expresan su voluntad y dirigen las políticas económicas de nuestros gobiernos. Nuestros representantes son elegidos democráticamente, mientras que sobre los consejos de administración de las multinacionales no tenemos ninguna capacidad de decisión acerca de su composición. Las potencias mundiales, en su avidez por el control de los recursos naturales, manejan a su antojo las incipientes y corruptas democracias en los países menos desarrollados proveedores de dichos recursos, o bien mantienen gobiernos dictatoriales que utilizan como títeres en su favor. Todo ello con la doble moral que les permite ser los paladines de los Derechos Humanos mientras toleran las violaciones de los mismos en aquellos países que les proporcionan los recursos que tanto necesitan. Con la excusa de la democracia, las potencias mundiales se lanzan a la conquista de las materias primas en un afán proteccionista de sus conglomerados empresariales, a la vez que impiden cualquier intento proteccionista de otros gobiernos. Los intereses de la gran banca también están a salvo, pues sus operaciones crediticias de alto riesgo, sus manejos especulativos en los mercados alimentarios, y la deuda pública de los gobiernos que elegimos democráticamente, la estamos pagando entre todos. Y esto, definitivamente, tiene un efecto casi inmediato sobre los más vulnerables del planeta, que se verán empujados aún más hacia los límites de la pobreza, esa frontera que una vez traspasada exige como peaje la renuncia a cualquier oportunidad de volver a cruzarla en el otro sentido. Y quién la cruza lo hace porque el bienestar de unos pocos desplaza a millones, llevándolos a ese terreno de la miseria y el olvido.

La voluntad del pueblo no es someter a otros pueblos, expoliar sus recursos, dividir naciones, fomentar conflictos, corromper gobiernos, violar Derechos Humanos, empobrecer a los más pobres, condenar al hambre a millones de niños y niñas, ni sacarlos de las escuelas para trabajar. Si la riqueza de unos pocos depende de ello, no es esa la voluntad que el pueblo ha expresado a sus gobernantes, y como no puedo creer que nuestros gobernantes no hayan entendido el mandato que les hicimos, sólo me queda pensar en la connivencia y la confabulación entre gobiernos y mercados como sistema pervertido para mantener el statu quo de unos pocos a costa de millones.

Si mi bienestar es parte del engranaje perverso de este sistema, no dudaré un sólo momento en utilizar los medios de los que disponga para luchar para que la voluntad inequívoca de un mundo más igualitario sea la que ejecuten nuestros representantes legítimos elegidos democráticamente.




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