sábado, 9 de abril de 2011

Superando barreras pacíficamente

(EN)

El mundo en que vivimos se basa en relaciones de poder.

A lo largo de la historia, aquellos que tienen el poder han discriminado a los que son diferentes y los han sometido en su propio beneficio.

Para permitir y justificar esas infames acciones siempre ha habido medios de comunicación dispuestos a silenciar lo injustificable, o a hacer propaganda que justifique lo inadmisible. Siempre ha habido gobiernos con el relativismo moral suficiente para permitir abusos o no según convenga a los intereses de los poderosos que les mantienen en el poder. Legisladores y jueces que redactan e interpretan las leyes con la laxitud necesaria para que la discriminación se mantenga; y en ausencia de las mismas, para que la violencia contra los sometidos quede impune.

Con la misma violencia que han actuado los opresores, han respondido los oprimidos. Y en una espiral imparable a lo largo del tiempo, el rencor del que fue oprimido, se ha convertido en violencia contra los que ahora él somete.

Pocas excepciones hay a esta regla, diría que Universal, sobre la espiral de la violencia. Quizá la excepción más destacable es precisamente la relacionada con la discriminación más extendida y más violenta que conoce la humanidad desde hace siglos. Me refiero, sin duda, a la discriminación por razón de género.

Vivimos en un mundo donde la mitad de su población discrimina a la otra mitad por ser mujer. Un mundo en que las tres cuartas partes de las mujeres y las niñas experimentan la violencia física o sexual a lo largo de su vida.

Sin embargo, los logros de las mujeres en materia de igualdad de oportunidades, derechos y libertades los han conseguido de manera pacífica a lo largo de muchos años de lucha.

Y durante esos años de lucha, han tenido que superar todas las barreras que les ponían en su camino los medios de comunicación, los gobiernos, los legisladores, los jueces y la sociedad en general.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, hemos oído argumentos tan detestables como que la mujer o la niña no opuso suficiente resistencia, o que su aspecto era provocativo, o que no había signos evidentes de violencia física y por tanto se supone que hubo consentimiento... repugnantes justificaciones de lo inadmisible.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, hay gobiernos que no ponen toda la intensidad necesaria en la prevención del delito, en el castigo a los violadores y en la atención a las víctimas. La violación es un arma de guerra.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, durante la denuncia y el juicio, las víctimas reviven el horror del recuerdo y se las criminaliza por haber sido violadas.

Ante un acto de violencia tan execrable como una violación, la sociedad estigmatiza a la mujer, que debe afrontar el trauma en soledad.

Según la ONU, más de 200.000 mujeres han sido violadas desde 1996 in RD Congo. La mujer congolesa lucha pacíficamente para romper el silencio y la impunidad en torno a la violencia sexual.

La lucha por los Derechos de la Mujer es una lucha de todos, y una señal inequívoca del progreso de una sociedad.

Empoderar a las mujeres es la garantía de un futuro en paz.



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