domingo, 18 de diciembre de 2011

Falsa ilusión de bienestar

"Niños trabajando en una fábrica de alfombras en la ciudad de Quetta, Baluchistán. Actualmente, UNICEF calcula que 150 millones de niños entre cinco y 14 años de edad están realizando trabajo de algún tipo. Aunque el trabajo infantil está disminuyendo a nivel mundial, la crisis económica ha llevado a muchos niños a trabajar mucho antes y en roles más peligrosos."

© UNICEF/NYHQ2006-0352/Giacomo Pirozzi


(EN)


La transformación de una materia prima en un producto elaborado requiere de recursos naturales, económicos, tecnológicos y humanos.
Los recursos naturales, económicos y tecnológicos son propiedad privada en manos de los empresarios, mientras que los recursos humanos sólo son propietarios de la fuerza del trabajo que les reporta un salario y genera plusvalía al capitalista.


El libre mercado y la competencia hacen que los empresarios busquen la manera de producir sus manufacturas, con los medios de producción que poseen y con la fuerza de trabajo que alquilan, al menor coste posible. Para lo cual deslocalizan su producción a países con leyes laborales, medio-ambientales, mercantiles o fiscales menos estrictas que en Europa y EEUU. 


Como corolario de todo esto, la transformación de materias primas en un producto final no solo satisface las necesidades de los consumidores, sino que transforma también los sentimientos y las vidas de todos los que intervienen en la cadena de producción.


En la sociedad consumista en que vivimos, el marketing ha conseguido crearnos necesidades ficticias y asociar la felicidad al consumo. Entonces, ¿cómo se transforma una materia prima en felicidad? ¿Cuál es el precio en sentimientos que debemos pagar por nuestra "felicidad" consumista en el mal llamado primer mundo?


La soledad de un menor traficado, lejos de su familia, que cultiva algodón en Benin. El miedo a ser apaleado por el terrateniente si no cumple con su extenuante trabajo. La frustración por no poder asistir a la escuela. La desesperanza de un ser humano convertido en bestia. El dolor de unos músculos infantiles fatigados por el arduo trabajo.


El cansancio de un operario turco que trabaja doce horas diarias con un compresor que dispara un chorro de arena y agua sobre el denim procedente de India, Pakistán o Bangladesh, teñido por menores expuestos a productos químicos altamente contaminantes. Sílice en los pulmones y plomo en la piel. 


El minero deshumanizado, convertido él mismo en piedra, que extrae la casiterita en las minas al este de la RD del Congo. Agotado, embrutecido por un sistema en el que impera la ley del más fuerte, su vida no vale nada para las milicias que controlan el territorio. Forzado a trabajar a cambio de nada, esclavizado, abatido. Lejos de su hogar, huyendo de algún conflicto olvidado, muere él y su familia cada día de hambre, miseria y cansancio.


Para disfrutar de un vaquero desgastado o del último modelo de teléfono móvil inteligente hay que pagar un precio muy alto en sufrimiento, pues la codicia empresarial no conoce límites, y se ha apropiado de lo único que hasta ahora no le pertenecía, se ha apoderado de la vida y de la fuerza del trabajo de millones de personas que viven en la miseria más absoluta, faltos de oportunidades, y que apenas subsisten con el producto de su esfuerzo.


¿Cuánto tardará el capital en adueñarse también de nuestras vidas a base de recortar derechos fundamentales?


Descubrir que la felicidad no está en lo que posees sino en lo que das a los demás es la clave para restituir la felicidad robada a los millones de personas que, con su sufrimiento, transforman nuestras vidas en una falsa ilusión de bienestar. ¿No es acaso justo resarcirles por tanta miseria a la que les hemos condenado entre todos por nuestro triste afán de poseer cosas materiales?


Un consumo responsable permitirá romper la cadena de la pobreza y contribuirá a un mundo socialmente más justo e igualitario.




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